texto de Gabrielle Boulos fotos Silvina Salas
La alarma sonó a las 5:45 a.m., pero tenía rato con los ojos abiertos, pensando en mi primer viaje desde la cuarentena. El primer vuelo salía a las 9:41 a.m. y, junto a mis 3 primas, embarcaríamos en un viaje cuyo propósito no era solamente de descubrir un nuevo destino, sino también soltar un poco el estrés y la ansiedad que cargábamos en la mente desde marzo. Luego de un viaje sumamente placentero, llegamos a nuestro destino en la noche. A primera vista, y debido a la oscuridad, no lograba apreciar el paisaje, pero aun así, con la buena energía de los que nos recibieron en nuestro hotel, Be Tulum, no cabía duda de que, durante los próximos 7 días, íbamos a hacer la real desconexión.
A la mañana siguiente, me desperté temprano, a las 7:00 a.m., para aprovechar al máximo mi estadía. Abrí la ventana de mi habitación y me encontré con la majestuosa vista de una flora natural, sin la contaminación humana, donde todas las especies de palmas y plantas cohabitan en total armonía. Salí a pasear y, por todas partes, en las calles, las pequeñas boutiques y los restaurantes, queman incienso.
Me dijeron por allá que es para ambientar y atraer energías positivas. Visitamos varios hoteles cuya arquitectura es emblemática de Tulum: maderas meticulosamente trabajadas para crear un estilo bohemio y acogedor. Tulum es el primer lugar que había visitado donde jungla y mar se juntan, y existe un balance perfecto entre estos ecosistemas. Pasamos nuestros días en algunos daybeds por la playa simplemente descansando, tomando sol. La playa de Tulum me recordó mucho a la de Cosón, en Las Terrenas, caminando un kilómetro dentro del mar, con agua cristalina, olas suaves y una temperatura templada.
Muchas familias de artesanos nos visitaban para ofrecernos sus manualidades (hamacas, muñequitas y pulseras), en fin, una amplia variedad de productos típicos, elaborados con la técnica del macramé. Para la última experiencia de relajación, pasé una tarde completa en el Yäan Healing Sanctuary, para un masaje aroma terapéutico de 90 minutos. Allá, disfruté también de un rico sauna con hierbas de albahaca. Nuestra visita a Tulum no podría completarse sin bañarnos en algunos de los cenotes por los cuales es tan conocida la península del Yucatán.
El agua de los cenotes esta demasiado fría, pero dicen por ahí que esta agua rejuvenece. Solo por este beneficio: me tiré. Y así como llegamos a Tulum con la ilusión de desconectar para reconectar, la ilusión se convirtió en realidad y regresé a Santo Domingo con mis pilas recargadas, y mi corazón lleno de recuerdos invaluables en un año sin precedentes, pero en el cual estoy determinada a vivir una vida plena y en total armonía.