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Olga Sinclair, artista panameña

Fue en una mañana cálida de otoño cuando el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo abrió sus puertas para recibir a esta prestigiosa artista internacional, un icono de las artes plásticas cuyo talento le ha llevado a recorrer el mundo y cuyas obras le han posicionado en el gusto de conocedores, amantes del arte que encuentran en sus piezas un escape del ruido que impone nuestra propia realidad.

Es allí donde conocimos a Olga Sinclair, una mujer por cuyas venas corre una herencia invaluable. Hija del reconocido pintor panameño Alfredo Sinclair, Olga carga sobre sus hombros un legado artístico que le ha llevado a plasmar sobre lienzos sus propias vivencias y su forma de ver la vida, de ver el mundo. 

Con ella conversamos sobre ese legado, sobre sus años de formación, sobre la Feria Internacional de Arte Contemporáneo a celebrarse en abril, en Santo Domingo, y sobre lo que, en sus palabras, es su misión de vida, la Fundación Olga Sinclair, a través de la cual, y desde antes de su fundación, Olga ha venido trabajando para llevar las artes a los más pequeños en Panamá.

Fundación Olga Sinclair

Es probable que no haya ser humano más sensible que un artista, especialmente aquellos que lo llevan en la sangre, en el alma; y esto nunca ha sido tan real como lo hemos podido constatar en presencia de esta talentosa panameña. Pero fue, probablemente, una cualidad heredada de una familia que supo inculcar en ella y en sus hermanos esos valores que nos hacen mejores seres humanos. 

“Siempre he sentido que soy una persona bendecida… que tuve dos padres maravillosos, el gran maestro Alfredo Sinclair, artista; y mi madre, que siendo una mujer tan sencilla, solo con sus estudios secundarios, ni siquiera fue a la universidad, tuvo una visión muy clara de lo que era la vida, y a mis hermanos y a mí nos educaron con valores muy fuertes”, nos comenta. “Y parte de esos valores, era que uno también viene al mundo a dar, no siempre a recibir”, agrega.

Olga Sinclair

Creció en el taller de pintura de su padre, donde aprendió sobre técnicas de pintura y sobre los procesos creativos de quien fuese su primer gran maestro, y quien influyó ampliamente en sus primeros años como artista. “Todos pasamos por esos procesos de observación y, obviamente, siendo hija de un gran maestro, desde niña, cinco años o cuatro años, en el estudio de él, todas mis primeras obras están muy influidas por mi padre y por el maestro Giorgio Morandi, porque mi padre -de niña- me regalaba libros de este gran artista italiano”, recuerda.

Pero su influencia en la pintura se expande cuando Olga decide perseguir una carrera en las artes y se va a Europa a prepararse. Es allí donde se ve expuesta a las obras de grandes pintores como Velazquez, Goya y Picasso; y, de repente, su arte empieza a adquirir una nueva perspectiva. “A los 18 años me fui a Madrid, me acuerdo que cuando fui al Museo del Prado ¡Dios mío!, vivir los primeros Velázquez y los Goyas, y luego fui al Museo de Arte Contemporáneo y veo a Sauras, Genovés, veo a Picasso y veo a tantos buenos maestros españoles… Entonces, yo le escribí postales a mi papá y le dije en ese momento: ‘papito mío, tu obra para mí es la más hermosa del mundo, pero quiero que sepas que tienes competencia’ (risas)”.

Olga ha conocido el mundo, y el mundo ha conocido sus obras, esas obras que representan un escape, una especie de dimensión otherworldly, que te desconecta de tu propio contexto y te transporta a un espacio que invita a encontrar esa sensibilidad y ese humanismo que muchas veces perdemos en nuestra propia realidad. 

Olga Sinclair

Su misión de vida la encontró en la niñez de Panamá, una niñez en la que vio ese potencial de crecer con esa sensibilidad que solo aportan las artes, esa sensibilidad que nos hace mejores seres humanos. Por lo que, desde la Fundación Olga Sinclair, ha creado una iniciativa que involucra a los más pequeños en su arte, pintando con ellos y llevándoles a conocer ese hermoso, pero emocional, mundo de las artes que trasciende fronteras, que no conoce de razas, de clase social, y que, de una manera u otra, nos conecta a los uno con los otros; y con nuestra propia humanidad. 

“Qué te puedo decir, Ebel. Si muero mañana muero feliz, porque sé que he venido a trabajar y lo he hecho bien. Eso yo creo que, al final, para todos los seres humanos, es lo que te tienes que llevar”.

Ebel Echavarría
Ebel Echavarría
Periodista formando en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Amante del arte, la cultura, el cine, la música y la literatura. Amo contar historias y conocer personas con una visión y misión en la vida. Soy extrovertidamente introvertido.
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