La dominicanidad, como concepto, tiene diferentes acepciones que van desde la familiaridad, que la homologa con el término de identidad, a su estricta dimensión patriótica, y por qué no, nacionalista y hasta chovinista a veces.
Texto: Carlos Andújar, asesor cultural de Centro León Fotos: Fuente externa
Estas definiciones o significaciones del concepto dominicanidad también dependerán de los escenarios donde se emplee y el grupo y los fines para los cuales se emplea, teniendo distintos usos en función de los espacios sociales donde se explique.
Lo cierto es que la dominicanidad, descrita por un dominicano, estaría desprovista de floreteo intelectual, abstracciones teóricas o poéticas; esta es asumida en estos casos como una manera de presentarnos ante los demás y siempre con el optimismo de quien no quiere disminuirse ante el otro, el extranjero. Todo lo contrario, se trata de sobredimensionar las cualidades, existentes o no, de nuestro perfil como conglomerado, exaltando en todo momento, las buenas cualidades y características de lo que somos.
Quizás podríamos considerar que esta mirada desde el dominicano mismo podría carecer de sinceridad o criticidad, pero en caso de que así se pensara, los pueblos no se niegan en sus apreciaciones y autovaloraciones; pues por el contrario, son estos momentos de radiografiarse y darse a conocer, cuando echan mano de sus virtudes, para impresionar al otro, o simplemente presentar lo mejor de sí para atraer al forastero hacia su centro y atención.
En todo caso no se trata en esta descripción social y cultural, de un test psicológico, ni de una encuesta de valoración y percepción cualitativa del dominicano, sino, cómo nos vemos desde adentro hacia afuera como sociedad, porque tampoco se trata de un análisis de fortalezas y debilidades de la dominicanidad. Es una oportunidad para darnos a conocer ante alguien que quisiera saber más sobre nuestro ethos cultural y social.
Por eso, en un momento incluí el chauvinismo, característica de la que no solo sufrimos nosotros, sino que es parte de un mecanismo de defensa de los pueblos para proyectar la mejor de sus imágenes, siempre destacando las buenas cosas y lo dispuesto que somos como país, nuestras virtudes, bellezas, paisajes y bondades de todo tipo en el trato, comportamiento y manera de ser.
Toda descripción de uno mismo o de un grupo es tentadora en la manera de definirnos y tiende a ser etnocéntrica, lo que aquí se traduce en creernos el ombligo del mundo. La tendencia es siempre a resaltar virtudes y omitir defectos. Lo mismo sucede al describir la dominicanidad desde el verbo fluido, espontáneo y abundante de la cultura popular.
Esta exaltación destaca lo mejor en la música, en la belleza de nuestras playas, de nuestras mujeres, en la calidez y calor humano con los demás y el poseer una cultura alegre, rica, variada y con una gastronomía excepcional y única, sin olvidar su pasión danzaria, su musicalidad y su grandeza en el deporte del juego de pelota, entre otras habilidades y sabiduría. No podemos empequeñecernos, aunque tampoco sobrevalorarnos tanto que opaquemos a los demás, es el juego del justo equilibrio.
La dominicanidad, descrita por un dominicano, es todo bondad, nunca incluye malos comentarios y siempre dispuesto a aprender lo que no sabe, pero con la firme convicción que nunca hay que decir no. Por eso, cuando le preguntan a un dominicano si sabe hacer determinada labor u oficio, suele decir «no sé, pero aprendo», el caso es no negarse a los retos. Esto, en términos de juicio de valor, tendría variadas maneras de ponderarse. En todo caso, no le hace daño a nadie, aunque tampoco transparenta la complejidad de la dominicanidad como categoría sociohistórica y cultural.
