Este ingenioso del arte afroamericano saltó a la fama por hacer un atípico retrato del expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en un paisaje floreado.
Fotos: Matt Winkelmeyer, Jared Siskin, Mark Wilson, Michael Bowles, Olivier Matthys y Patrick McMullan
AUTÉNTICO.
“Hay algo glorioso en los retratos que ves de aristócratas y familias reales. Algo hermoso en esos extensos paisajes imperialistas”.
La visión futurista de un hombre que encontró en la pintura más que una forma de expresar sus emociones, al valerse de su talento para plasmar la auténtica belleza de lo negro y encumbrarlo en lo más alto de los escenarios tradicionales de las pinturas de los denominados ‘Viejos Maestros’, indudablemente ha sido una hazaña únicamente lograda por Kehinde Wiley, el artífice que revolucionó con esmero el arte de los retratos.
Sus obras hacen alusión al canon del retrato europeo, debido a que condiciona a los modelos de color a que posen como algunas de las figuras emblemáticas que se encuentran en pinturas o esculturas representativas de la religión o mitología. En este contexto se da a la perfección una simbiosis entre lo antiguo y moderno, que causa un impacto visual en los espectadores que observan sus famosas exhibiciones.
Wiley no resta importancia a las complejas historias sociopolíticas que son fundamentales para el desarrollo del mundo, aunque en las pinturas y esculturas figurativas de él se citan fuentes históricas y se posicionan a los jóvenes negros dentro del campo del poder, esto convierte sus trabajos en obras heroicas que evocan un estilo moderno.
“Muchas de las razones por las que elijo ciertos sitios tienen que ver con un nivel de curiosidad, pero también, con su importancia política mundial más amplia, estratégicamente para Estados Unidos y la comunidad mundial en general”, explica.
La musa que lo inspira surge de pinturas clásicas europeas de nobles, realeza y aristócratas; de ahí nace su gran pasión y por ello afirma lo siguiente: “Mi objetivo era poder pintar ilusionistamente y dominar los aspectos técnicos, pero luego poder fertilizar eso con grandes ideas. Fui entrenado para pintar el cuerpo copiando las pinturas de los ‘Viejos Maestros’, así que de alguna manera extraña esto es un regreso a cómo me gané mis habilidades: pasar mucho tiempo en los museos y mirar la carne blanca”.
Y como si fuera poco, en su trabajo se auxilia de otras áreas como del arte fotográfico para la realización de sus retratos. “Cada vez que hago sesiones de fotos para pinturas, saco una pila de libros, ya sea algo del Alto Renacimiento o del rococó francés tardío o del siglo XIX, todo está amontonado en un gran revoltijo. Saco la figura de su entorno original y la coloco en algo completamente maquillado. La mayoría de los fondos que termino usando son puros dispositivos decorativos”.
A sus inicios, las pinturas de Kehinde consistían en fotografías tomadas de jóvenes que se encontraban en las calles de Harlem, Nueva York. Pero, conforme fue pasando el tiempo y sus obras cobraban más notoriedad, su visión se internacionalizó, permitiéndole así escoger países que estuvieran acorde con las temáticas urbanas de todo el mundo.
