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TACONES CERCANOS

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TACONES CERCANOS

 TACONESCERCANOS. 

Gabriela Llanos

Gabriela-Llanos

Gabriela Llanos
Twitter: @gllanosg
Correo: [email protected]
Periodista y escritora… o viceversa
Militante acérrima del humor, fundamentalista de la curiosidad y defensora a ultranza del sentido poco común del común de las mujeres.

“Alcanzarás buena reputación
esforzándote en ser lo que quieres parecer”
Sócrates

ESCENA INTERIOR: ELEGANTE CONSULTORIO DE UNA TERAPEUTA. En el sofá y guardando las distancias, una pareja se mira de soslayo evitando tomar la palabra. Ella es hermosa y lo sabe. Pelirroja, delgada, pasa de los cuarenta años; él, rubio, atlético, impecable look de triunfador, estará rondando los treinta. Ella comienza a hablar; contenida: “nos queremos mucho, pero somos violentos entre nosotros”, dice sin esconder la vergüenza. La terapeuta, una mujer gruesa y joven, los mira sin demostrar ninguna emoción, y pregunta las razones que desencadenan la violencia. “¿No la ha visto bien? Ella podría tener al hombre que deseara, desde que la conozco vivo aterrado, imaginando el día en el que va a abandonarme”, suelta él escondiendo la cabeza entre las manos. Se produce un largo e incómodo silencio. “Tras las discusiones, normalmente… nosotros acabamos teniendo intimidad”, dice ella a media voz, “es nuestro sucio secreto”, reconoce cerrando los ojos y dejando escapar una lágrima. (BIG LITTLE LIES. MINISERIE DE DAVID E. KELLEY).

“El vecino de enfrente”

La presentación de la miniserie “Big Little Lies” engancha: con una balada pop “corta venas” de fondo, observamos a cuatro mujeres transitando por una carretera que bordea el mar. Ellas preciosas, conduciendo vehículos preciosos, hasta llegar a un precioso colegio en el que depositarán a sus preciosos hijos, antes de invertir la mañana en una preciosa cafetería de las playas de California. Cuando pensamos que se trata de una versión de “Amas de casa desesperadas”, pero con buenas actrices (Nicole Kidman, Reese Witherspoon, Shailene Woodley y Laura Derm), nos damos cuenta de que algo no encaja desde la primera imagen de esa presentación con autos de lujo y día soleado: la rubia bajita se pasa la mano por el cabello con un incontenible nerviosismo; la pelirroja tiene un semblante absolutamente desolador; la morena no le quita ojo a su pequeño y tímido hijo; y la otra rubia, la más alta, cambia constantemente de emisora de radio como si nada pudiese llegar a satisfacerla. En definitiva: nos damos cuenta de que estas preciosas mujeres tienen unas vidas pésimas.

En el primer capítulo se desvela la tragedia general a la vez que se van mascando las particulares. Ha habido un asesinato (no sabemos de quién ni cómo) y, mientras la policía investiga en el colegio de las preciosas criaturas, los espectadores vamos descubriendo las desdichas de sus preciosas madres: la pelirroja abandonó su exitosa carrera profesional por un marido joven y atractivísimo que la maltrata; la rubia bajita se siente fracasada como madre y no ha conseguido olvidar al cretino de su exmarido; la morena es madre soltera y arrastra una oscura historia con el padre de su hijo; y la rubia alta es una mujer de negocios que detesta perderse el rol de ama de casa que tanto procura criticar. Como ocurre siempre en estos casos, unas envidian las “supuestas” vidas perfectas de las otras.
El simple esbozo de la trama de la miniserie me llevó a preguntarme qué es eso que tanto nos apasiona del discurrir del vecino de enfrente: ¿por qué nos parece que su jardín es más verde que el nuestro? ¿Que su hijo corre más rápido, su perro ladra más alto, sus parejas son más sexis, sus piscinas más hondas, sus cervezas más frías y que sus guisos más sabrosos? Queridos lectores, sé muy bien que ahora muchos estarán sorprendidísimos diciendo que ustedes no son así ni por asomo, que adoran sus vidas fantásticas, que ustedes no se cambiarían por nadie… ¡Y les felicito! Pero entonces me ataca otra reflexión: uno es según con quién se compare. Para entendernos mejor cito el síndrome Paulina Rubio, que dicen por ahí que va captando chicas bajitas para conformar su coro y de esa manera destacar como la más alta del grupo.

Pero… ¿y si a usted le ha tocado habitar en uno de estos lugares con vistas a madres preciosas, hijos adelantadísimos, casas deliciosas y matrimonios perfectos? Pues si ese es su caso, le recomiendo tener presente el famoso refrán que repetían las abuelas, que insiste en que “los trapos sucios se lavan en casa” y que la mayoría de las personas se cuelga el traje de luces como los toreros para salir a la calle, aunque los banderines se les estén clavando directamente en el corazón.

En definitiva, queridos lectores, recomiendo que no creamos todo lo que vemos (que en todas las ollas se cuecen habas), pero que tampoco desconfiemos de todo lo que nos rodea. Que sigamos apostando porque la gente puede ser feliz con sus propias circunstancias, que nunca son iguales a las nuestras, ni mejores ni peores, simplemente diferentes. Y si eso tampoco le sirve, entonces simplemente recuerde que usted siempre será el vecino de enfrente… de su vecino de enfrente.