P.S. IT’S FANCY.
Hoy recordé aquella clase de filosofía de la Universidad, donde planteaban algo sobre la existencia, esa idea de que todo ha existido y existirá siempre. Y bueno, cada vez que hago este tipo de investigaciones, de cierto modo lo compruebo; porque al buscar el origen, son piezas que terminan por haber estado de una forma u otra presentes en todo momento.
Los gemelos no son la excepción, mientras algunos investigadores plantean que las primeras apariciones datan de pocos años después de Cristo, otros aseguran que fue durante el Renacimiento que estos fueron creados, porque fue justo en este período (Siglos XV y XVI), cuando el uso de las camisas de doble puño o puño francés, para las que se requieren los gemelos, despuntó.
Al ser estas camisas de las que no traen botones, se auxiliaban de las cintas y alfileres, que luego evolucionar
on a cadenas, para unir los ojales.
También fue buena época para la joyería, especialmente para la masculina, comenzando así a crear, agregando piedras y metales preciosos a aquellos “sujetadores”. Por supuesto, una vez lanzados formalmente al mercado, la etiqueta se hizo exclusiva, ya que por el valor solo los aristócratas y monarcas de la época podían adquirirlos.
De hecho, Luis XIV, llegó a tener una de las colecciones de gemelos más importantes de Europa, mientras que el rey Carlos II, fue uno de los que los popularizó. Con la revolución industrial, este “lujo” parecía haber desaparecido, ya que la fabricación con materiales de menor calidad, hizo que el acceso a los gemelos fuese masivo.
Sin embargo, lo personalizado hizo que retomaran posición, marcando los gemelos con insignias que los hicieran únicos. Carl Fabergé, el joyero de los zares y uno de los más destacados en el área, trabajó muchos años para la emperatriz Maria Feodorovna, quien acostumbraba a regalarlos esmaltados. Con el pasar de los años, estas joyas han ido evolucionando en materiales, formas y texturas.
Hoy no es necesario ir a una gala para verlos, también te los puedes encontrar en una reunión de altos ejecutivos, con iniciales grabadas o con siluetas abstractas, sin dejar de ser símbolo de elegancia y prestigio en quien los luce, ni tampoco en quien los aprecia.