Fantasía tropical en un templo del Caribe
Playa Grande Beach Club, Río San Juan, María Trinidad Sánchez
fotos Douglas Friedman
Algunos lo identifican como el lugar perfecto para escapar. Otros, para encontrarse. Es una especie de santuario donde el silencio, la paz y la elegancia están muy presentes, mientras el Atlántico bordea con sus aguas de plata y los bosques exuberantes de montañas bajas son paisaje y fondo.
Playa Grande Beach Club es un retiro turístico, un colectivo de edificios y nueve bungalows (seis de una habitación y tres con tres dormitorios cada uno) donde la arquitectura colonial dominicana y la estética de Palm Beach es el punto de partida.


Así lo pensaron los propietarios del terreno en 2006, al adquirirlo. Se trataba de un espacio importante en una extensión de una milla de largo de una playa salvaje y virgen ubicada en Río San Juan, en la costa norte del país. Diez años más tarde, en noviembre de 2016, ese grupo de amigos y colaboradores lo inauguró.
La reconocida diseñadora de interiores estadounidense, Celerie Kemble (quien es una de las propietarias), el conservacionista histórico Elric Endersby y el constructor Marc Johnson estuvieron a cargo de traer a la realidad el sueño de un paraíso hecho a la medida. Su inspiración se basó en estudios de las estructuras centenarias y documentadas a través de años de investigación en todo el país.
Pensaron en estructuras revestidas en madera de palma recuperada y enriquecidas con adornos de celosía, en paneles y tragaluces, con el fin de jugar y dividir la luz natural en patrones, en mosaicos hidráulicos de diseños únicos y en techos con madera totalmente tallada.

Los interiores presentan una fusión de artesanía local, detalles clásicos, contemporáneos y elementos de la zona. De hecho, los interioristas realizaron minuciosas visitas a los mercados de antigüedades locales y de Palm Beach (de donde son originarios) para poder conseguir todos los ornamentos. Mientras que los muebles son creaciones exclusivas de artesanos locales.
Ninguna estancia es igual a la otra. La de las fotos es Casa Guava, que pertenece justamente a Celerie Kemble. En ella, la diseñadora trae a la realidad su mundo más acentuado, ese que se guarda en el corazón de un jardín de palmas cocoteras y almendrones, protagonistas mágicos de la vegetación de este lugar.
