l ART DE VIVRE.
En mi experiencia, no hay nada más frustrante que un cursor negro en una infinita página blanca, pulsando, marcando el tiempo a un ritmo insaciable; señalando una meta inalcanzable, pues por más palabras que emprendes, nunca logras alcanzarle. Muchas veces me he preguntado, y esto generalmente a altas horas de la noche y cuando se vislumbra en el horizonte una hora de entrega, porque siento la necesidad de escribir, cuando muchas veces esta acción me causa una frustración incomparable y un dolor profundo.
“Como siempre, algunas cosas más se me quedan en el tintero, pero eso lo dejo para otro día”.
Mi realidad es que no conozco otra forma de vida. Mis más profundos recuerdos son de una voz distante, quizás mi padre, leyendo historias de libros amarillentos, bien amados y releídos. Fueron estas las palabras que colorearon mi infancia. La Atlántida y Camelot me son tan familiares como la geografía de esta tierra. La verdad es que nunca he deseado otra cosa; siempre, siempre he querido escribir, buscando mediante las letras crear mundos que llenan los vacíos que detecto en este. Escribo porque no me cabe de otra, porque escribir es mi forma de interpretar el mundo.
Escribo porque en muchos casos no sé lo que pienso hasta que lo escribo y escribo porque creo firmemente en el poder que tienen las palabras, pues ya sea de forma oral o escrita, son estas las que enmarcan nuestra vida y definen nuestros límites. Escribo porque, verídicas o ficticias, siempre he tenido muchas historias que contar. Escribo porque en blanco y negro he descubierto el mundo y me he dado cuenta que las letras son una forma de inmortalidad que tiene la oportunidad de definir el mundo pasado para esas futuras generaciones.
En mi caso, es también un asunto de que muchas veces las palabras se quedan atrabancadas en mi garganta, pero con papel y lápiz encuentro una fuente de infinita emociones, sensaciones e ideas que muchas veces no puedo contener. A veces pienso que en ese acto hay una cierta medida de coraje que desafía miedos y convenciones.
Por otra parte, escribo porque llevo las letras en la sangre, porque tanto en mi familia materna como paterna los más grandes tesoros que heredamos se encuentran entintados en fibras amarillentas. Porque las palabras de esos ancestros, que a veces ni siquiera conocí, enseñan lecciones de vida que no tienen precio. Escribo también porque existe una gran satisfacción en hacer algo por y para mí misma que pueda, en alguna ocasión, tener valor para otra persona.
“Escribo por que existe dentro de mí una voz insaciable que rehusa a ser ignorada”. Sylvia Plath, Cartas a casa
Escribo, por las mismas razones que otros escribieron antes de mí y por las mismas razones que otros seguirán escribiendo: porque al final, si no escribiera, no sabría existir. No recuerdo haber decidido que escribir sería un ejercicio de vida, porque escribir es una forma de vida que lo elige a uno. No puede escaparse, no puede evadirse. Escribir es indagar que exactamente significa ser humano, en muchos casos revelando más sobre quien exactamente es el autor. He leído en muchas ocasiones sobre las motivaciones de los autores. No he llegado aún al punto donde las mías propias me sean claras. Quizás esa elusiva respuesta no exista en colectivo, sino que sea una breve chispa en la mente de cada individuo que se dedica a preservar sus ideas. A veces, se me ocurre que imponer mi voluntad sobre pixeles o tinta es una acción un poco egoísta, ya que muchas veces el producto no es apto ni siquiera para mi consumo propio.
Entonces, ¿por qué, tortuosamente, escribo? Porque cuando escribes tienes una medida de control que el mundo real no permite, y porque en el récord de esas palabras existe una memoria que tiene una permanencia que desafía todos los miedos humanos, especialmente el de ser olvidado. Escribo porque tengo la esperanza de que en mis palabras, alguien, algún día, encuentre lo que está buscando en la tiniebla e incertidumbre que llevamos todos a cuestas. Escribo porque tengo la esperanza, sin comparar en materia de calidad, de hacer por un perfecto desconocido lo que han hecho por mi Cervantes y Shakespeare, y lo hago con toda la sinceridad del mundo.
En fin y en las palabras de mi abuelo, Virgilio, “como siempre, algunas cosas más se me quedan en el tintero, pero eso lo dejo para otro día”.
Editorial
En estos días he estado pensando mucho sobre las cosas que me motivan. Me he puesto también a cuestionar esas cosas, tratando de explorar un poco por qué algunas de ellas tienen tanto valor para mí. «Lo escribí para mí, sentada frente al espejo» es hasta cierto punto una respuesta, quizás temporal, quizás cambiante, a esa inquietud. Es también una respuesta a un escrito de mi abuelo, titulado «¿Por qué escribo?», una nota que he visto evolucionar a través de los años y que siempre ha causado en mí una fuerte impresión, precisamente porque me hace cuestionar todo lo que pienso que sé.