Más allá del apego a las cosas materiales que tenemos los seres humanos existe un miedo a que algún objeto de gran importancia se pueda quebrar y perder su valor. Los japoneses desde hace cinco siglos, presentaron al mundo la técnica Kintsugi, la belleza de las cicatrices de la vida.
Esta técnica, más que aplicarla a las piezas que decoran nuestros espacios, podemos adaptarla a la vida diaria, a esos quiebres que sufren las personas, pero que al final del día su valor sigue siendo el mismo o mayor que en un principio. A lo largo de la vida, el ser humano sufre momentos de fracasos, desengaños y pérdidas. Frente a estas situaciones la realidad es que se busca esconder la fragilidad humana y se ocultan las grietas que tenemos.
Las heridas son, en la mayoría de los casos, ese espacio que queda provocado por algún daño. Para verlo en una mejor perspectiva se puede decir que es el espacio por donde entra la luz. En este contexto podría parecer opuesto a la realidad tanto en lo que provoca al ánimo de la persona como cuando se rompe un objeto. En cambio a que un objeto deje de servir, más bien su función se transforma en otra.
El objeto roto cambia, de ser una cosa funcional a ser un recuerdo transformado, y aplicado al ser humano la herida pasa de ser un recuerdo de dolor a ser un impulso a seguir adelante.
La técnica es silenciosa y se puede ver manifestada en varias maneras. El tapar la grieta del objeto con polvo de oro es aceptar que este material da poder y así recuerda el valor que tiene este objeto para nosotros, a pesar de sus grietas.