Fotos: Morgan Collection, Bettman y Fuente externa
Si algo nos enseñaron las hermanas Jackie Kennedy y Caroline Bouvier es que se puede amar y sentir disgusto a la vez con tanta intensidad como se da en un tórrido romance entre una pareja tóxica que no pueden vivir el uno sin el otro, aunque se devoren al mismo tiempo.
Rivalidad y amor fueron dos factores que marcaron sus vidas desde la infancia hasta el día de sus respectivas muertes. Pero, ¿Qué las llevaba a una querer opacar la otra?, la respuesta es fácil: la lucha de poder y de ser la mejor en todo, las convirtió a ambas en las eternas enemigas, a pesar de que ante los flashes eran las hermanas y amigas ‘entrañables’.
La historia que encierra esta atípica relación tuvo un génesis y se dio a muy temprana edad, cuando las dos eran apenas unas niñas que crecieron con los mismos deseos, pero con distintas personalidades.
Jacqueline Lee Bouvier Kennedy Onassis nació en la ciudad de Southampton el 28 de julio de 1929. Era hija de John Vernou Bouvier III, un corredor de bolsa de Wall Street y de la socialité Janet Lee Bouvier. Cumplidos sus cuatro años, se estrenó de hermana mayor de Caroline Lee Bouvier Radziwill, quien nació el 3 de marzo de 1933. Fueron las únicas hijas en conjunto del matrimonio.
A pesar de que compartían el mismo lazo sanguíneo, estas no se llevaban del todo bien, ya que una siempre se quería destacar más que la otra para poder llamar la atención de sus padres y cobrar favoritismo ante ellos. Y no estaban lejos de cumplir sus cometidos.
En el caso de Jackie, esta terminó siendo la favorita de su papá, un hombre guapo, seductor y alcohólico empedernido. Su parecido era bastante, sólo que distaba un poco por su rostro cuadrado y la tez más morena. En cambio, Caroline era lo opuesto, se caracterizaba por ser de apariencia frágil y pelo claro, convirtiéndose así en la consentida de su mamá, una mujer conservadora, y muy preocupada por el qué dirán.
“Si tú haces algo, yo puedo hacerlo mejor”, esta sin duda era su frase preferida, una constante que, definió sus vidas.
Los Bouvier residían en su finca Lasata, en el sofisticado resort de veraneo de East Hampton, a tres horas de Nueva York. Lo combinaban con un piso en Manhattan, alrededor de una familia en discordia, pero también de la crema y nata de la sociedad neoyorquina.
Según el libro The Fabulous Bouvier Sisters: The Tragic and Glamorous Lives of Jackie and Lee, escrito por Sam Kashner y Nancy Schoenberger, las hermanas siempre gozaron “lo mejor de lo mejor”, aunque sus padres convivieran con la armonía que se desata al juntar ‘perros y gatos’.
Lo que no se podía negar es que las dos compartían algo y era el vivir rodeadas entre lujos y opulencias, enarbolando desde pequeñas un estilo glamouroso, pero además, las dos seducían con sus peculiares bellezas a los hombres y hasta a mujeres.
Sin embargo, aunque pareciera todo el tiempo una vida ostentosa, la verdad es que Jack Bouvier estaba endeudado, porque llevaba una vida poco edificante, por lo que si mantenían un estatus de clase alta y era gracias a sus abuelos paternos, un matrimonio acomodado de origen irlandés que posibilitó que Jackie y Caroline estudiaran en los mejores colegios y que, además, recibieran clases de equitación, tenis y ballet.
La ambición: El común denominador de ambas
Tan desiguales que casi no se vislumbraban como hermanas, pero tan parecidas en sus ambiciones, las mismas que les hicieron escalar socialmente, tal vez, lo que nunca imaginaron es que sería de una forma colosal, mucho más de lo que ellas esperaban.
Ambas querían la atención y admiración de hombres famosos y millonarios, por tal razón, no dudaron en competir ferozmente, pero ante los ojos del mundo, su relación era perfecta.
En 1951, las hermanas debutaron en la sociedad en París y, desde entonces, cautivaron con su encanto y su natural sentido del estilo. Llegado ese momento, comenzó otro nivel de competencia entre ellas. La menor era, en términos clásicos, la más hermosa, pero Jackie era dueña de una identidad enigmática. Su personalidad introvertida le aportaba un aire misterioso que resultaba alucinante para todos.
Entretanto, Caroline sonreía de oreja a oreja, Jacqueline se limitaba a hacer lo que la “Mona Lisa”, esto fue lo que le dio ventaja en la disputa más dura que tuvo con su hermana: la que sostuvieron por los hombres que se atravesaron en sus vidas.
La historia es famosa…
Jackie laboraba como fotógrafa, retratando a políticos para una columna de un periódico de la capital del país y uno de sus fotografiados terminó por convertirse en su prometido. Sin lugar a dudas, era el hombre soltero más rico y codiciado de Washington, llamado John F. Kennedy, quien se visualizaba como uno de los presidentes más célebres de su nación y así lo logró.
Los dos conformaban una paraje bien atractiva, quienes unieron sus vidas el 12 de septiembre de 1953 en una ceremonia a la que su padre Jack no pudo asistir. Se emborrachó de tal manera la noche anterior, que le fue imposible ser el padrino ni llevar a su hija predilecta al altar.
Ella fue una de las primeras damas más queridas que ha tenido Estados Unidos, algo que obtuvo por su comportamiento ejemplar durante el cargo y por la fortaleza que mostró durante y después del asesinato de su esposo, el presidente John F. Kennedy.
Personas cercanas a ellas afirman que el mayor rencor entre las hermanas surgió en aquella boda. Para la menor de las Bouvier era obvio que Kennedy no solamente tenía más dinero que su novel marido, sino que era más bello y carismático.
De acuerdo a lo que se rumoreaba, ella no se contuvo y se enamoró de su cuñado, que mujeriego como el solo, no se quejaba de la presencia de la sexy hermana de su esposa. Se comentaba que Jackie sospechó siempre que John le había sido infiel con Caroline. Verdad o mentira, la simple duda es terrible…
Esta aparte de insinuársele a John, no tardó en aburrirse de su marido, con quien no procreó hijos, y halló la felicidad en Londres, en los brazos de un aristócrata polaco: Stanislaw Radziwill.
Cuando contrajeron nupcias, en 1959, ella empezó a usar el título nobiliario de su marido, que él no utilizaba al ser ciudadano inglés. Ese motivo no le importó y se comenzó a hacerse llamar “princesa Radziwill”.
En la capital londinense, Jackie la visitaba asiduamente en su preciosa casa de campo, la pasaron maravillosamente entre fiestas, cacerías y galas. Cabe destacar que fueron breves años de paz entre las hermanas, quienes, además, tuvieron hijos de edades aproximadas.
Un nuevo estallido
John F. Kennedy, quien fuera el presidente no. 35 de los Estados Unidos, elegido en 1960, fue asesinado el 22 de noviembre de 1963. Pocos meses antes, Jackie había perdido a su tercer retoño, Patrick, quien murió horas después de haber nacido, por lo que se encontraba desconsolada. Para animarla, Caroline la convenció de que la acompañara a un crucero por el Mediterráneo en el yate de un magnate griego de nombre: Aristóteles Onassis, el amante de la soprano Maria Callas.
Jacqueline aceptó irse de viaje a pesar de las críticas de su entonces vivo marido, y, sobre las aguas azules de las islas griegas, el apasionado Onassis quedó encandilado por ella. El infortunio fue que, en aquel momento, la hermana menor tenía un affair con el millonario, y siempre la culpó de haberle ‘robado’ a ese hombre, cuya fortuna deseaba a niveles desesperados, ya que Radziwill no tenía tanto dinero como se estimaba.
Al finalizar el crucero, pese a que sólo había mantenido una relación platónica con el armador griego, Jackie quedó encantada por “el amor a la vida y el ingenio del griego”. Al irse el barco, Onassis le regaló a la esposa de Kennedy un juego de collar y aretes hechos con rubíes y diamantes, mientras que a Caroline, su amante, le dio tres pequeños brazaletes. Un gesto que lo dijo todo.
La metamorfosis a Jackie O
Después del asesinato de Kennedy, Onassis visitó a la deprimida viuda en la Casa Blanca, surgiendo de ahí un lazo que se mantuvo con total discreción a lo largo de algunos años. Mientras que, su hermana no podía de la rabia y se inició una etapa turbulenta en su relación fraternal.
Luego de varios amoríos no se concretó nada, Jackie decidió vivir en Nueva York, para reconectar con su hermana, quien en ese tiempo ya se había divorciado de Radziwill. Estas se veían constantemente, pero la competencia por los hombres y sus fortunas había despedazado su relación, que se fracturó aún más en 1968.
El 20 de octubre de ese mismo año se casó en la isla Skorpios con su pretendiente Onassis. Lo que jamás imaginaban es que, tras ese matrimonio, daría inicios años a un enlace desastroso protagonizado por un sinfín de tragedias.
Onassis le dio a Jacqueline el dinero que ella nunca había podido gozar, ya que los Kennedy eran conocidos por ser tacaños y por mantener su fortuna en inversiones y no en efectivo. Los millones y las joyas que obtenía de él eran para ella como los tesoros de la cueva de Alí Babá y, sobre todo, significaba lo que su hermana tanto añoraba.
Mientras la viuda de Kennedy, que ya se conocía como Jackie O y era presa de los paparazzis en todo el mundo, ella se paseaba por Capri, las islas griegas y Manhattan con su marido. Por otra parte, Caroline, siempre soñaba con ser actriz y actuar en la obra de teatro Laura, escrita por su amigo Truman Capote, se casó de nuevo en 1988. El nuevo elegido fue el director de cine Herbert Ross, aunque el matrimonio tampoco funcionó y se dejaron en 2001.
Viuda por segunda vez
La salud de Onassis, se había quebrantado por la muerte de su hijo Alexander en un accidente aéreo en 1973 y arrepentido de haberse unido “con la mujer más dura y gastadora del mundo” que había llegado a su vida “la maldición de los Kennedy”, fue deteriorándose con velocidad.
Él murió solo en París el 15 de marzo de 1975, aunque antes había buscado el consuelo de su examor Maria Callas (quien odiaba a Jackie y a Lee) mientras su esposa estaba en Nueva York. Jackie voló a Grecia en compañía de su excuñado, el senador Ted Kennedy, para asistir al funeral de Aristóteles en la misma isla en la que se habían casado.
La relación que tenía con su hijastra Christina era horrible y el cortejo fúnebre fue un escándalo porque Ted comenzó a hablarle a la hija de Onassis de “la necesidad de dejar bien atado lo de la herencia de Jackie”. Aseguran que la joven se bajó llorando desconsolada del auto en el que andaban.
Aquel matrimonio que no funcionó para nada, aunque al menos le dejó con 26 millones de dólares. Pero esta fortuna se triplicó por su nuevo amor, un desconocido y riquísimo dealer de diamantes, que estaba casado y se llamaba Maurice Tempelsman, convirtiendo la riqueza de la viuda de Onassis en poco más de 100 millones.
Maurice Tempelsman y Jackie Onassis. Maurice Tempelsman y Jackie Onassis.
Enriquecida, pero…
Una lección que obtuvieron ambas es que el dinero no lo es todo, pero al menos te deja a una esquina de la felicidad. Jackie Onassis fue diagnosticada en 1993 con linfoma no Hodgkin y, tras luchar con la enfermedad y recibir la noticia de que no se podía hacer nada para salvaguardar su vida, prefirió no dar la batalla, aceptando su final y falleciendo con ayuda de sus médicos en Manhattan el 19 de mayo de 1994.
Estaba acompañada de Tempelsman y de sus hijos John y Caroline, y oyendo su música favorita, dijo adiós a sus amigos y familiares, entre ellos su hermana, quien se dice le profesó su amor.
Funeral de Jackie Kennedy Onassis. John Jr. y Caroline Kennedy, en el funeral de su madre.
Pero luego de la lectura del testamento, y que ella no manifestara unas palabras en honor a su hermana fallecida en el funeral, dio mucho de qué hablar. Por supuesto, ella no estaba incluida en su herencia.
El 15 de febrero de 2019, a la edad de 85 años, murió en Nueva York, Caroline Radziwill, poniendo punto final a su vida y a todo un capítulo de influencia en la política y en la sociedad norteamericana, sumado al hecho de que, al igual que Jackie, se convirtió en una referencia de lujo y elegancia a nivel global.