Eyam, Inglaterra
Fotos: Fuente externa
En la historia de la humanidad se ha registrado un sinnúmero de crisis sanitarias que han puesto en vilo a las personas alrededor del mundo. Estas situaciones que afectan la salud pública han existido y lo harán siempre, ya que es algo imposible de evitar por diversos factores, ya sea: el aumento de la población mundial, enfermedades que surjan, el cambio climático, los nuevos procesos en los sistemas de producción y distribución de alimentos, entre otros.
Entre los brotes más mortíferos que han azotado al planeta y que han dejado grandes pérdidas humanas se encuentran: Peste Negra, Viruela, Gripe Española, Plaga de Justiniano, VIH/SIDA, Tercera Peste, Peste Antonina, Grandes Pestes del siglo XVII, Gripe Asiática, Gripe Rusa, Gripe de Hong Kong, Cólera, Gripe Porcina, Fiebre Amarilla, Ébola y el Coronavirus, actualmente.
Gracias a los avances tecnológicos aplicados a las Ciencias de la Medicina, se han podido subsanar satisfactoriamente las afecciones que han devastado a muchas regiones del globo terráqueo, al igual que, las medidas implementadas por las autoridades competentes han ayudado a reforzar los sistemas de salud en diversos países.
Tal es el caso, de Eyam un pequeño poblado de Derbyshire, Inglaterra, que se le conoce más por ser «la aldea de la peste». Esto es debido, a que en el siglo XVII la Peste Bubónica llegó de Londres a esa zona en plena primavera de agosto de 1665. Para aquel entonces, la población demográfica no ascendía a los 800 habitantes.
Esta plaga es una infección producida por la bacteria Yersinia pestis en la que predomina la inflamación de ganglios infectados en órganos sexuales y ojos. Se propaga principalmente por la picadura de pulgas infectadas que habitan en roedores.
Pero para esa época, no existían progresos en términos científicos, por lo que fue un momento difícil para los aldeanos de esa localidad. A pesar de ello, no se escatimó esfuerzos para hacerle frente a ese brote que buscaba poner en jaque la salud de los allí presentes.
Lo primero que hicieron los lugareños fue ponerse en estricta cuarentena por seis meses. Igualmente, adoptaron una serie de medidas que coadyuvaron a mitigar los efectos de la enfermedad.
Una decisión radical fue el establecimiento de un sistema para detener todo tipo de contacto con el mundo exterior, pero sin parar el comercio. De forma astuta, en una gran roca con orificios ubicada a las afueras del pueblo dejaban monedas humedecidas en vinagre, el único desinfectante conocido en ese período, para que vecinos de los alrededores del área les dejaran comida.
No obstante, en un lapso de un año y dos meses, la plaga mató a unas 260 personas, un número alto con respecto a la cantidad de habitantes de esa demarcación. Pero para noviembre de 1666, la pestilencia se había erradicado y el confinamiento impidió que se propagara más al norte.
La situación actual que vivimos con la pandemia del Coronavirus nos hace rememorar aquel tiempo, dejándonos como importante lección, una frase muy mencionada: “la unión hace la fuerza”.