El gran barítono dominicano
Su notable transcendencia le hizo ganarse el pseudónimo: ‘El cantante dominicano’. Su atesorada voz, le llevó a alcanzar el éxito. El Teatro Nacional lleva su nombre en honor a su legado, considerado el mejor cantante de zarzuela del mundo.
Una de las vidas más aspiracionales e inspiradoras de nuestro país que, al final, se convierte en una triste historia. A Eleuterio Brito Aragonés, su nombre de pila, lo vio nacer un remoto municipio de Puerto Plata, Luperón. Fue uno de los cuatro hijos de un matrimonio humilde, de limitaciones económicas, que siempre vivió alejado de los medios de transmisión de la cultura artística y literaria. Sin importar esto, su destino o, diosidencia, estaba decidido: ser uno de los grandes. Eduardo paseó su voz y nuestra música por los escenarios de las capitales más populares del mundo.
El cantante demostró su talento desde muy joven, cuando laboraba como mandadero, aprendiz de herrero, jornalero y, luego, limpiabotas en el Parque Duarte, de la ciudad de Santiago de los Caballeros, mientras cantaba canciones de la época. Se dio a conocer como “el limpiabotas que canta”, por prestigiosos músicos de la región, quienes le extendieron la mano para que reconociera sus habilidades de canto. Así comienza su vida artística en el Café Yaque, donde inicia su éxito.
Se dice que, en sus primeras grabaciones, Eduardo Brito pronunciaba la letra “i”, su dialecto regional, pero esto fue cambiando. Con el tiempo, adquirió fama, razón por la que pasó a ser un protegido del maestro Julio Alberto Hernández.
En 1927, fue invitado como el artista estelar de un banquete ofrecido en la Capital al doctor José Dolores Alfonseca y el licenciado Abigail Montás, lo que le permitió ganar la atención de la prensa de la ciudad de Santo Domingo.
Así fue cómo sus habilidades de cantante lírico de zarzuela, romanza, vals y bolero se conocieron en todos los países del Gran Caribe Hispano, y realizó en Nueva York históricas grabaciones como «La mulatona» y «Lucía», esta última con letra de Joaquín Balaguer.
En 1930, en La Gran Manzana, Eliseo Grenet, famoso compositor cubano, quedó impresionado con el joven cantante y lo contrató para que formara parte de su elenco durante una gira por Europa, la cual duró hasta 1944. En ella, viajó a París, Praga, Roma, Puerto Rico, Cuba, Colombia, Venezuela y Panamá.
Sin avisar, o más bien poco a poco, fue perdiendo su voz y su mente parecía estar extraviada. Se le diagnosticó sífilis cerebral, por lo que recibió numerosas inyecciones de bismuto para controlar sus delirios y nervios. Así, se fue apagando nuestra estrella, el gran barítono, en un manicomio en Nigua, lejos de la fama, su público y su gente.
Se dice que era rodeado por los demás pacientes cuando, en medio de sus delirios y mientras se bañaba en el Mar Caribe, decidía cantar, entonando sus famosas melodías. La parca le tronchó su camino, se nos fue uno grande, una revelación.
El mundo y su país lo recuerdan, es por ello que, como tributo póstumo a su carrera, el Teatro Nacional de Santo Domingo lleva su nombre, al igual que una de las estaciones de la Línea 2 del Metro de Santo Domingo, el cual le fue asignado en el 2012. Eduardo se fue, pero su música vivirá por siempre en el corazón de todos a quienes, con su música, brindó magia y alegría.