Se acerca el día de Navidad, y en estos tiempos, más que nunca, recordamos a la lejana Belén por ser el pueblo natal del Niño Jesús y por escucharse su nombre en uno que otro villancico. Es lindo pensarla como la tierra de la Natividad y de gran significado para los cristianos, pero poder transitarla, avecinados los días conmemorativos del nacimiento, es mucho más hermoso, pues se respira una brisa fresca con “olor y sabor a Navidad”.
Era sábado 18 de noviembre, me encuentro en esta urbe palestina, ubicada en la región de Cisjordania; voy atravesando laPlaza Menger o Plaza del Pesebre; mis ojos se encuentran con lo que promete ser un gran árbol de Navidad (ubicado entre la mezquita de Omar y la Basílica de la Natividad), estructura que al tiempo, anuncia que dentro de poco los cristianos festejarán un año más de la llegada de su Salvador. En esta tierra, en donde una mitad es musulmana y la otra cristiana, las luces y adornos que advierten la proximidad de dicha fiesta, son algo escasas, pero aún durante el día resultan atractivas.
Continúo caminando y me encuentro con la iglesia de Santa Catarina, por donde también se puede acceder a la Iglesia de la Natividad, lugar que, por lo regular, encuentras una larga línea de creyentes, ansiosos por llegar hasta la estrella que está dentro del templo y donde dice la tradición cristiana nació Jesús.
Si sigues explorando esta pequeña ciudad, encontrarás otros lugares de interés relacionados a los primeros días de la vida de Jesús. El Campo de los Pastores, ubicado en Beit-Sahu, es uno de ellos. La tradición cuenta que aquí se hizo el primer anuncio del nacimiento de Jesús, lo que dio paso al levantamiento de una capilla construida por los franciscanos. Su decoración expone imágenes del anuncio de los pastores y la infancia de Jesús. En este campo es común encontrarse con celebraciones y momentos de oración, así como pequeños nacimientos, en sus tres pequeños templos.
Localizada a escasos metros de la Basílica de la Natividad, se encuentra la Capilla de la Gruta de la Leche; es aquí donde se cree que la Sagrada Familia se refugió durante la matanza de los inocentes, antes de huir a Egipto. Su nombre se debe a que, cuenta la historia, que una gota de leche de la Virgen María cayó en el suelo de la cueva, cambiando su color a blanco. Cada día por este lugar (donde se erigió una iglesia bizantina y de la que solo quedan algunos mosaicos y ahora existe un templo católico) transitan cientos de feligreses.