texto: Verónica Capasso y Ana Bugnone
Desde los estudios sociales del arte, se ha abordado la relación entre arte y política de diversas maneras, predominando la lectura, que reduce la politicidad al contenido o el mensaje de una obra artística. Desde otra perspectiva, este artículo se propone indagar las teorías de Jacques Rancière y Nelly Richard sobre la relación entre arte y política desde el pensamiento post-fundacional y vincularlas con algunas manifestaciones artísticas latinoamericanas de carácter vanguardista, en algunos casos, y críticas del estatus quo social y político, en otros.
Así, este trabajo se justifica, por un lado, porque expone las teorías de Rancière y Richard, desde el punto de vista específico de la forma en que relacionan ambos conceptos, y presenta un análisis comparativo, entre ambos autores, sobre estos temas, a través de una investigación novedosa en el campo de los estudios sociales del arte.
Por otro lado, porque el análisis que este artículo realiza de las manifestaciones artísticas latinoamericanas, además de estar circunscriptas al recorte mencionado, vanguardistas o críticas, desarrolla una interpretación que centra la mirada en sus diversas conexiones con lo político, más allá de su contenido temático. Este trabajo se diferencia, entonces, de la mirada usual con la que ha sido vista la conexión entre arte y política en Latinoamérica.
Partiendo de la importancia que tienen las teorías de Richard y Rancière en la actualidad, realizaremos una presentación somera, pero necesaria, de ambas, para luego centrarnos en la relación que proponen entre arte y política. Produciremos, además, un análisis comparativo, al tiempo que generaremos reflexiones y análisis de manifestaciones artísticas de Latinoamérica. Para ello, utilizaremos la perspectiva metodológica cualitativa transdisciplinaria que articula distintas áreas del conocimiento y permite producir una mirada analítica e interpretativa, que amplíe el panorama actual de las investigaciones sociales del arte.
En el caso de los desarrollos de Jacques Rancière, proponemos recurrir a herramientas teóricas metropolitanas para resituarlas y repensarlas en función del arte latinoamericano. En este sentido, se trata de potenciar su propuesta en el análisis de casos locales y “situados”. En cuanto a la teoría de Nelly Richard, son conocidos los estudios que ha realizado sobre el arte chileno, por lo que la conexión entre las teorizaciones que produjo y el arte local es directa.
Cuando nos preguntamos de qué modo pueden relacionarse el arte y la política, resuena el discurso moderno que vincula ambos términos por una cercanía temática, es decir, por una obra cuyo tema es político o por el grado de “compromiso” asumido por su autor con la realidad social. Se supone así que son esferas institucionalmente diferenciadas y reconocidas. Por ello, para que el arte sea político, debería tener algún vínculo con el mundo de la política. Se trataría, entonces, de que incorpore su discurso, representaciones, estrategias y enunciados, además de su definición de amigos y enemigos.
Una de las tesis compartidas por los autores aquí estudiados es que ninguno concibe como productiva la idea de que el arte y la política funcionen como dos campos o esferas separados.
Esta posición, si bien fue hegemónica, ha sido criticada desde diversos puntos de vista. Así, Richard afirma que es posible distinguir entre dos formas de vinculación entre arte y política. La primera, mencionada arriba, es pensar en ambas como dos esferas separadas, en la que el arte sería un subconjunto de la esfera cultural, y la política, una totalidad histórico-social que da un contenido al arte, el cual debe tematizarla. La segunda se trata de pensar “lo político en el arte” que rechaza, según Nelly Richard, “lo ‘situado’, que sirve para realzar la especificidad creativa de las operaciones de resignificación y dislocación de los signos que marca la experimentalidad artística en América Latina con toda la carga irruptora y disruptiva que conlleva”.
La correspondencia, establecida de antemano, entre ambos términos, se refiere a una articulación interna a la obra que, desde sus propios medios y organización simbólica, reflexiona críticamente sobre lo social. La teoría de Rancière sobre la estética, también ha renovado la mirada moderna sobre la relación entre arte y política. Lejos de plantear un abandono postmoderno de la potencialidad política del arte o pensar todo arte como político, plantea que esa relación sigue viva, aunque en unos modos y condiciones específicos.
El filósofo francés se ha caracterizado — como otros— por intentar disolver los planteos dicotómicos y simplificados. Así, las oposiciones modernidad y postmodernidad, universalidad o particularismo y arte autónomo o política no son, para él, productivas y ha propuesto, para cada una de ellas, un desarrollo conceptual más complejo. Asimismo, ha intentado evitar la afirmación de que la cultura y el arte, en particular, son construcciones que solo contribuyen a la reproducción del orden social.
En el mismo sentido, Richard ha abogado por el descentramiento frente a ciertos binarismos: centro o periferia, masculino o femenino y dominación o subordinación, en el marco del desarrollo de una práctica crítica que denominó crítica cultural, la cual, además, pone el locus en la especificidad de la materialidad estética, lo marginal y extrainstitucional, el carácter transdisciplinario y las políticas identitarias no esencialistas. En cuanto al arte, ha planteado el rol dislocatorio que puede tener, en términos perceptivos e intelectivos.
A partir de la exposición de las propuestas de Jacques Rancière y Nelly Richard, que se desarrollará a lo largo de este artículo, es posible encontrar similitudes entre ambas. Se repondrá, en cada caso, la perspectiva teórico-política y, en ese marco, la concepción del arte y el arte político o crítico. Posteriormente, se establecerán nexos entre los autores en torno al rol de la obra política, el espectador y el artista, en estrecha vinculación con casos latinoamericanos.
Nelly Richard ha escrito numerosos libros en los cuales abordó la relación entre arte y política. En primer lugar, establece la diferencia entre arte militante y arte de vanguardia.
Para comenzar, parece necesario introducir la concepción que tiene Rancière sobre la política, ya que reviste un carácter especial. El trabajo en el que acuña este concepto de un modo más consistente es en “El desacuerdo: política y filosofía (2007)”. Allí, parte de una diferenciación básica: policía y política. Policía es el orden social naturalizado, que supone un ordenamiento de sujetos y objetos, lugares, disposiciones y jerarquías, que permite que unos sean visibles y otros no, que unos tengan voz y otros emitan ruido.
Este orden es, por ello, una organización del régimen de sensibilidad que ubica cuerpos, capacidades, ocupaciones, modos de ser, hacer y decir, según reglas impuestas socialmente. También, implica un consenso en relación con su funcionamiento y permite que diferentes sujetos, de acuerdo con la posición que ocupan, puedan hacerse visibles o sean ignorados como tales. En cuanto a estos pueden, en ciertas ocasiones, salir del lugar del que han sido reducidos o para el que fueron destinados, emerger al mundo de los socialmente parlantes y distorsionar, de este modo, el orden policial. Así sucede cuando aparece la política, una ruptura del orden de la dominación, lo que significa un necesario reacomodamiento de los lugares que ocupa cada uno y lo que está permitido en términos de habla, goce, visibilidad pública y capacidad de disposición. Para Rancière, “la esencia de la política es el disenso. El disenso no es la confrontación de intereses u opiniones. Es la manifestación de una separación de lo sensible consigo mismo”. Esto significa que el disenso supone una reconfiguración del orden que determina que no hay lugar para los que no tienen parte, es decir, que impone la negación de la política y la supresión de la igualdad.
Rancière sostiene que hay una estética de la política que reconfigura la división de lo sensible: el efecto que produce la política o, mejor dicho, el encuentro entre la política y la policía en la partición de espacios y tiempos, lugares, identidades, lo visible y lo invisible, el lenguaje y el ruido. Igualmente, existe una política de la estética: los modos, como las prácticas y visibilidad del arte, reconfiguran lo sensible, interviniendo en su división y las coordenadas de la experiencia sensorial. La relación entre ambas, la estética de la política y la política de la estética, explica el modo en que se vinculan arte y política: estos entran en relación porque ambos dependen de un cierto régimen de identificación. Para que esto ocurra, según Rancière, el arte mantiene su autonomía como tal —cuestión que veremos más adelante— y es desde su producción específica que se cruza con la política en la reconfiguración de lo sensible.
Como vimos, si bien Rancière rechaza la oposición simple entre arte y política, no descarta la existencia de un tipo de autonomía particular. A pesar de que podría confundirse con la concepción modernista, el autor ha planteado la autonomía del arte de un modo diferente, poniendo en el centro la tensión que hay en su interior. En términos generales, la problemática de la autonomía del arte refiere a dos cuestiones: la existencia de una esfera autónoma, con criterios y reglas propios, y el supuesto derrumbe de esa autonomía a fines del Siglo XX, producido por la caída de los límites que la separan del resto del mundo social. Rancière intenta dar por tierra la oposición entre autonomía y heteronomía del arte, así como la dicotomía entre arte moderno y postmoderno. Su propuesta supone los amplios debates que han surgido al respecto, así como el fuerte cuestionamiento que se ha realizado a la noción de autonomía del arte, vinculado originalmente con la idea de “arte por el arte”, es decir, un arte ajeno al mundo social, libre de condicionamientos y dedicado exclusivamente a la creación.
Las propuestas de fusionar arte y vida de las vanguardias históricas, y de los artistas que planteaban un compromiso social en los años sesenta, pusieron en jaque esa diferenciación tajante. Frente a esto, y retomando parte de la teoría adorniana, Rancière se propone rescatar la idea de autonomía del arte, pero tensionándola y combinándola con su opuesta, la heteronomía.