ESPIRITUALIDAD.
Hoy no es un joven el que va en el cortejo fúnebre. Su cuerpo no es fuerte como un roble, más bien es frágil. Su piel es delicada y fina, sus ojos son brillantes, imposible que oculten lo que llevan dentro. Llevan dolor, llevan tristeza, llevan soledad, llevan decepción, melancolía, amargura. Su vivir se ha paralizado. Sus ojos reflejan una autoestima deteriorada y muy pobre. Ese cuerpo tiene su rostro, lleva sus expresiones, tiene puesta la misma ropa que lleva puesta. Se parece a usted. Creo que es usted. Sí, no tengo dudas, es usted. Y Jesús le habla. Se para en medio de usted, de su cortejo fúnebre y del destino que creía que le iba a tocar y le habla. No ora, no propone, no sugiere… ¡ordena!
Y le ordena: A ti te digo: ¡levántate! Su orden le detiene. Le sacude poderosamente en su espíritu. Saca lo mejor de usted. Lo que ni usted sabe que tiene y que vale más que el oro fino. Saca de dentro la vida que había perdido. Lo que pensaba que ya no existía más, Él lo saca de dentro de usted. Sólo Él puede hacerlo y lo hace. Le ordena al muerto, que ya no sea muerto. Le ordena que viva. Le ordena a usted, que se deja llevar por los demás como muerto, que regrese de nuevo.
Que salga del valle de sombra de muerte. El muerto se incorporó. ¿Hacen eso los muertos? Los muertos no se levantan, no se despiertan, no se incorporan. La sangre que ya se ha secado, ¿puede volver a correr? Los pulmones vacíos, ¿pueden volver a llenarse? ¡Claro que no! A menos, por supuesto, que escuchen la voz del dador de la vida o, mejor dicho, del Señor de la vida. Los oídos de los muertos quizás estén sordos a la voz de la mamá que ya no le quedan fuerzas para pedirle que se levante, que se detenga de ese camino hacia el cementerio; de su hijo que le pide que se levante, del compañero de trabajo que le ruega que se levante de esa cama, del marido que ya no sabe qué hacer para que salga de esa tristeza.
Los oídos de los muertos estarán sordos para la voz de mucha gente, pero nunca están sordos para la voz de Jesús. Cristo es el Señor de los vivos y de los muertos (Romanos 14, 9). Cuando Él habla, hasta los muertos oyen. No importa los años que tenga. No importa el color de su piel, su estatura, si es gordo o flaco, rico o pobre, casado, soltero, viudo o divorciado. Jesús también se acerca a usted. No baja la cabeza y desvía la mirada ante tu situación, tal y como lo han hecho en el pasado tanta gente en la que tenía puesta su esperanza. No se cruza de brazos y sigue con su grupo de admiradores y fanáticos.
Se acerca porque usted le importa. Me recuerda el primer milagro que narra San Juan en su Evangelio, el del agua convertida en vino en una boda celebrada en Caná. Era sólo una boda en un pueblito remoto y allá hizo un milagro que prácticamente pasó desapercibido. Gente sencilla necesitaba una pequeña ayuda y Él lo hizo. Como lo hará por usted o por mí. Sí, también algo para usted, que le hará cambiar el rumbo. Usted también terminará celebrando fiesta, cantando, bailando y gritando de alegría. Él tiene algo que hará que su corazón frío se caliente de golpe. Él tiene algo para que haga, para que diga, para que abrace y para que alabe. Él le quiere dar un motivo para que siga adelante. Usted no está muerto, está vivo. ¡Entonces viva en el nombre de Jesús! (Extracto del libro Mujer a ti te digo: ¡LEVÁNTATE!).
EDITORIAL